Yo, visiblemente enojada, le respondí: “A pesar de que yo no vista Lolita, sigo teniendo amigas y conocidas que lo visten. No es cosa de mayor o menor madurez, son personas comunes, muchas de ellas estudiantes, trabajadoras y profesionales […]”. El resto del grupo, que notó mi molestia, me apoyó, y le recordaron que en la instancia en que se desarrollaba el curso, una de las enseñanzas principales era no juzgar a las personas por su vestimenta.
La reacción del “ciudadano promedio” que descubre que dejaste de ser-algo-que-para-el/la-es-inmaduro, suele ser “¡Creciste!”, y que al fin has decidido abandonar tu etapa adolescente para insertarte de lleno en la sociedad. Porque claro, todos sabemos el prejuicio que existe detrás de cómo luce una lolita o boystyler y que casi todos, más de una vez, hemos juzgado a alguien por su apariencia. Así que parece ser que lo más lógico es también juzgar a alguien cuando deja de tenerla.
Una de mis mejores amigas de tiempos de la escuela se mostró bastante incómoda cuando comencé en el lolita (a pesar de que ella sabía cuántos anhelaba vestirlo), y por supuesto, se mostró muy contenta cuando comenté que lo dejaba: “¡Me encanta! Tendremos más en común de nuevo”. Siempre me parecieron extrañas sus palabras, jamás sentí que algo importante cambió en mi cuando comencé a vestir lolita y cuando ella me conoció yo ya amaba el estilo. De más esta decir que no le pregunté su opinión cuándo decidí volver.
A la forma en que vestimos, suelen asociarse actitudes, rasgos de personalidad y “acciones”. Según nuestra apariencia, somos etiquetados y juzgados. Aún cuando lo más común es que cada persona vista de distinta manera en diversas situaciones (la mayor parte de las lolitas no lo visten 24/7, y es difícil que alguien vista lolita o kodona cuando va al gimnasio o debe participar de una ceremonia de extrema formalidad), el llevar un look tan llamativo y “extraño” suele exponerte a etiquetas más duras y duraderas de lo que esperarías si usas blue jeans y zapatillas.
Cuando decidí dejar el Lolita, me esforcé en que mis padres no se enterarán. Conocía todos sus prejuicios y opiniones sobre el Lolita, las lolitas y que yo lo vistiera, y bajo ninguna circunstancia quería que sintieran que mi salida de la escena era darles la razón. Meses después de volver al Lolita, en un almuerzo, mi mamá me dijo: “Estoy muy decepcionada, pensé que ya habías parado con eso del Lolita […]. Estás demasiado grande para esto, ¿te has puesto a meditar lo que los demás piensan de ti?
Dejar la escena lolita, desde mi experiencia, no es una decisión sencilla ni tampoco algo que se decida de golpe, suelen mediar varios factores que coinciden con procesos personales. Para algunas personas, la edad, la madurez y el “terminar una etapa” si forman parte de su decisión, lo cual es completamente respetable, pero suele haber algo más allá de las interpretaciones frías sobre “madurez” que hacen quienes te rodean.
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¿Alguna vez has pensado en dejar el Lolita? ¿Qué crees que otros pensarían de ti por dejarlo?